La palabra «emoción» viene de un término latino que significa «estado de ánimo producido por las impresiones y los sentidos, ideas o recuerdos que, con frecuencia, se traducen en gestos, actitudes u otras formas de expresión». Las emociones pueden ser positivas o negativas, generando en nuestro interior un sentimiento de alegría, tristeza, enfado, rabia, dolor o decepción.
Hay que hacer, por tanto, una diferencia entre emoción y sentimiento. La emoción es la antesala del sentimiento, la reacción de nuestro cuerpo y nuestra mente a un hecho concreto, a unas palabras, a una situación crítica, un acontecimiento alegre, una muerte, un nacimiento, etc.
Cada etapa de la vida lleva consigo una serie de emociones y sentimientos asociados. La etapa de la pubertad y la adolescencia son dos momentos cruciales en la vida del ser humano. Son una explosión, una noria, un electro en un corazón vivo. Las emociones en estos años van de la mano de las hormonas, de la revolución biológica que sufre nuestro cuerpo y nuestra mente.
En ese momento de nuestra vida, cuando somos adolescentes, comienzan las preguntas acerca de la vida, de nuestra existencia, de nuestro lugar en el mundo con los demás y con Dios. Es clave tener en este periodo una formación integral en todos los campos que conforman la personalidad de un ser humano. Son momentos muy importantes porque formarán los cimientos de nuestro “yo” adulto.
En la sociedad actual, los trastornos emocionales comienzan a una edad temprana ya que nuestros jóvenes y adolescentes están envueltos en la ansiedad, el estrés y la depresión de los adultos. Unos adultos, por otro lado, excesivamente ocupados y que no tienen nunca tiempo para dedicarles y “guiar” esas emociones que tanto les atormentan, les asustan, les agradan… en definitiva, que tantos cambios les están produciendo.
Las emociones no son malas. Se nos dio la capacidad de sentir, pero éstas se vuelven negativas cuando gobiernan nuestra vida, llevándonos al abismo de la soledad, de la tristeza y la angustia por tener un sentimiento de vacío en nuestra vida. Los jóvenes y adolescentes entienden mucho de esto, ya que la falta de madurez emocional y de experiencia hace que, frecuentemente, caigan en un estado de ánimo inestable, irascible, rebelde o de tristeza. Las emociones suelen manejar su vida, en vez de manejar ellos a las emociones.
¿Qué se puede hacer para ayudar a los jóvenes a encontrar su lugar en el mundo? ¿Qué sucede en el interior de los adolescentes y jóvenes cuando el sentimiento de soledad aparece? ¿Cómo unir su bienestar con el día a día? ¿Cómo mantener las emociones bajo control para ir creciendo interiormente de una forma sana y equilibrada?
Las respuestas a estas preguntas tienen muchos matices, pero, sin duda alguna, la formación integral y espiritual de los adolescentes y jóvenes debe ser la piedra angular de su crecimiento personal y, por tanto, padres y profesores debemos estar unidos para guiar cada uno de sus estados emocionales en el proceso de crecimiento personal.
Las emociones no son enemigas del alma. Todo lo contrario, pueden llegar a ser grandes aliadas si se saben trabajar a la par. Es importantísimo que los jóvenes vivan sus emociones y estados de ánimo de la mano de sus padres, amigos y profesores de todas las áreas. También en clase de religión, ya que se aporta un valor positivo, de esperanza, de trabajo, de esfuerzo, de amor, de construirse como persona, de llegar a los rincones del alma y de CRECER EN AUTOESTIMA Y MADURACIÓN.