Antes de dar algunas pistas sobre el tema que vamos a tratar, hay algo que no quiero dar por supuesto: ¿conocemos las habilidades de nuestros hijos? La experiencia indica que somos capaces de describir más defectos que virtudes en ellos. Y, en muchas ocasiones, reducimos sus habilidades a su rendimiento académico. Pensemos en positivo: ¿cuáles son sus habilidades? Es bonito empezar reconociendo en ellos todo lo bueno que tienen, sin condescendencia, con realismo. ¿Son cariñosos, generosos, atentos, abiertos, buenos amigos, ordenados, colaboradores, deportistas, respetuosos, tienen don de gentes…? Hagamos la lista mucho más larga y descubramos cómo son realmente.
Una segunda cuestión a tener en cuenta es no proyectarnos, no imponer esa afición frustrada que tenemos de adultos e inculcarla como un deber en nuestros hijos. Huyamos del “ojalá hubiera estudiado piano de pequeño…”. Sus dedicaciones deben ser algo en lo que ellos se puedan reconocer y que les siente bien hacerlo. Si va a estudiar un instrumento, es porque en primera instancia es su elección, aunque pueda estar favorecida de una u otra manera.
Puede suceder que cierta habilidad que nuestro hijo tiene no nos parezca relevante. Ese deporte que tanto le entusiasma o ese instrumento del que nadie ha oído hablar. Será una ocasión fantástica para aprender, junto a él, por qué ese deporte o ese instrumento son tan especiales. Escuchar a tu hijo puede ser un momento de conexión especial entre los dos. Además, será él quien te enseñe algo, sintiéndose protagonista.
Tendemos a repetir conductas exitosas y a evitar las que no lo son. Si han comprobado que saben resolver un problema de matemáticas, la autoestima subirá e intentarán superarse con el siguiente ejercicio. Por eso es importante que lo que vaya a realizar esté a su alcance, por su madurez y destreza. Hagamos entonces que las conductas tiendan a ser exitosas, de modo que deseen repetirlas.
Si nos damos cuenta de que nuestro hijo ha tenido un detalle de generosidad con un hermano, por ejemplo, no lo demos por supuesto. Es una excusa maravillosa para decir algo bueno de él y, si es delante de otros miembros de la familia, tanto mejor. ¿Cuántas veces la sopa estaba en su punto y nadie ha dicho nada? A veces solo nos acordamos del pinche cuando la sopa está sosa… Tengamos la delicadeza y la habilidad de descubrir al otro en lo pequeño y a darle gracias por ello.
Desarrollar sus habilidades será el soporte para mejorar otros aspectos. Al desarrollar una habilidad estaremos potenciando otras. Su perseverancia, el tesón y constancia, la aceptación de la equivocación como parte del aprendizaje… Y todo ello surge de forma natural cuando, inicialmente, el fin era puramente deportivo, por ejemplo. Precisamente por esto se emplean las habilidades personales: para mejorar otros aspectos humanos que no son precisamente nuestra mejor carta. En ocasiones nos obcecamos en que hagan bien una cosa y se lo decimos una y mil veces, pensando que decirlo es suficiente para que lo hagan bien. ¿Y si intentamos mejorar ese aspecto que nos gustaría a través de sus habilidades, en lugar de reincidir en lo mal que lo hacen?
Disfrutemos de los hijos intensamente, en esas pequeñas conquistas personales que llevan a cabo, en esa habilidad que tienen y que nosotros no poseemos. O quizás sí, pero aún no disfrutamos con complicidad junto a ellos. Que su crecimiento ayude al nuestro, y viceversa: no vayamos a pensar que está todo dicho y que no podemos aprender muchísimo de nuestros hijos.
¡Qué fantástico descubrimiento permanente y aprendizaje mutuo!